Albin Egger – Lienz

No lo conocía hasta esta mañana, pero apareció en medio de la sucesión de hipervínculos que marcan la cotidianidad virtual en que vivimos, y en la que a veces refugiamos el poco deseo por burocratizar nuestros días.

Albin

Así, por un click me enteré de una exposición en Viena, lejos de este lluvioso Quito, aunque cercana por una creciente necesidad de mirar pinturas. Un pequeño icono en la noticia me llevo a un par de pinturas, muy pequeñas para ser apreciadas. El intento visual-virtual por globalizar al pintor tirolés de los años 20 del siglo XX fracasó. No así su música.

Asociar nombres propios y música es un recurso romántico, trillado, y no fue lo que ocurrió en este caso. La sucesión de vocales, el guión, la doble «g», un nombre que inicia con A y termina con Z, son una sucesión de pequeñas notas que comienzan a configurar una música leve, que in crescendo, se volverá brutal.

Click en otro hipervínculo y la rápida solución: mirar las primeras imágenes que arrojó el buscador. La música se intensifica, violines que sostienen una nota, un zumbido, tenso y expectante. Albin Egger – Lienz es un pintor brutal por la descarnada realidad de sus trazos.

Den Namenlosen

Trabajadores doblados por la ambición y crueldad de sus capataces. Mi poco alemán me lleva a intuir el nombre de la pintura (se que podría buscarlo, pero mi pretensión de traducción conecta mejor con lo observado) Den Namenlosen, «los que perdieron el nombre». Breve silencio, y explosion de cuerdas e instrumentos de viento.

Una sucesión de pinturas. Todas ocres, todas dramáticas. La muerte, el trabajo, la opresión son temas recurrentes en los pequeños iconos que la búsqueda arroja. «La muerte de Cristo» es la de todos, de la esperanza, la nimiedad de la vida en el breve segundo de conciencia y/o existencia.

La muerte de Cristo

Atrapa y golpea con la simpleza del dibujo y el dramatismo del contenido. Pone en perspectiva los motivos de la cotidianidad. Quizás apretar hipervínculos es la más debilitante forma de irse caminando del brazo huesudo de esa muerte que ronda cada línea de esta obra.

Solo graves instrumentos de viento y un cello que tímido e insistente horada el vacío y el silencio.

Ritmo lento, desesperado, monótono y debilitante, hacia adelante, siempre sin búsqueda más allá de la supervivencia. Los tonos rojos que por momentos rompen la monotonía del cuadro – o de su reproducción digital al menos – solamente resaltan tal desesperanza. Mirar a otro lugar como una forma de reafirmar el encadenado destino que lleva a reconocer como único líder a la muerte.

Dos más. Desolación oculta tras la pretensión coqueta del bienestar. Los signos de la modernidad y desenfado se confunden con la profundidad de la mirada que desconfiada indica sin emoción que hay un inminente peso tras la aceptación, sin más, del mundo que hay que vivir. Lo dice desde un cuadro, ausente e involucrada.

La última estrofa es la muerte. Acechante y construida por la sabiduría de los años, por la dureza de los días, los recuerdos distantes y los anhelos ya desechados, solamente remite a un tenaz rasgado de las cuerdas del cello. Después nada. Silencio.

Kopfstudie zur greisin

San Agustín de Hipona: “¿Qué es, pues, el Tiempo?»…

El tiempo es inasible, irreal…
«Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad.»

⚡️La Audacia de Aquiles⚡️

San Agustín de Hipona:

“¿Qué es, pues, el Tiempo?»…

SAG123

San Agustín de Hipona (354/430).-
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“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si

quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo

sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado;

y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no

habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro,

¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no

es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a

ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente,

para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo

deciros que existe éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de

ser, de tal modo que no…

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Luces

La ligera voz, que apenas toca las palabras y las suelta a la brisa que se confunde con el distante origen de esas luces, se apagaba lentamente. Desde la oscuridad, ella deseaba que esa voz fuera la suya. Le deslumbraba la idea de ser quien sedujera con las leves palabras entrecortadas que construían esas frases, melódicas, tristes y profundamente conocedoras de un mundo que solo suponía existir desde lo que otras canciones le habían contado.

Foto: DFPE

Foto: DFPE

Sentada en una vereda, había detenido su camino al escuchar esos sonidos que llegaban en una continua y fría oleada, empujados por la brisa desde una ignota altura. Tan pronto escuchó esa voz misteriosa, esa cadencia evanescente, no pudo caminar más. Su boca comenzó a moverse lentamente, procurando emular esos sonidos y repetir lo que imaginaba que la desconocida mujer decía. Agudos apasionados sucedían unos graves perezosos pero decididos. La música llegaba intermitente al lugar en que estaba, y eso, lejos de hacerlo molesto, más bien tornaba más placentera esa calle anónima en la que decidió detener su camino.

Cada día, uno tras otro, recorría esa misma calle, diez veces por semana, para conducir una vida normal. El tipo de vida que impulsaba la respuesta desapasionada y automática al momento de saludar con alguien más:

– Hola. ¿Cómo estás?

– Bien, gracias, todo bien. ¿Tu?

Y este día, esa respuesta automática cobró significado. Estar bien era la óptima manera de describir el par de minutos que la música llegó a sus oídos. La transportaron, y en tal viaje miró a su alrededor. Las luces que desafiantes escalaban hasta la misma línea oscura que marcaba el límite del bosque en la montaña cercana, donde la calle desaparecía. Otras, distantes, titilaban en la distancia, dubitativas como recordatorios para quienes pretenden dotar a la vida de significados definitivos. Unas cuantas apareciendo y desapareciendo en su realidad color naranja en la profundidad de la montaña, quizás clamando atención, desde el lugar al que pocos entraban.

Una pequeña brisa trajo los últimos sonidos y el despertar. Elevó la mirada para identificar el origen de esa voz, delicada, triste y decidida. Miró un balcón, una sola luz que dibujaba una silueta apenas definida. Súbitamente la canción se detuvo con un chirrido brusco, similar al que los autos hacen al frenar repentinamente. En sincronía, se oyó lo que sólo podía ser una puerta deslizándose y en el acto, la tenue luz incrementando hasta tornarse vulgar, común, normal.

Las últimas palabras que alcanzó a escuchar antes de incorporarse y seguir el camino en busca del bus que la llevara a su casa, fueron más un suspiro que una afirmación, teñidas de aburrimiento y normalidad: «Hola. Si…frío. Ahí voy.»

El encanto roto, alisó la falda, recogió su cartera y pretendió musitar los pedacitos de canción que logró capturar, sin saber lo que decían, y con la triste certeza de que estos terminarían por desvanecerse tan pronto lograra ubicar las luces del bus que se aproximaba inminente a pocas cuadras. Al correr para alcanzarlo, las desconocidas palabras terminarían por caer desde el balcón al piso y se fundirían con la fría brisa en la gris e indolente piedra de la calle.

Ritmo, silencio

Ecos y lugares. El juego por el balance entre el espacio vacío y la ubicación en un sitio, inocente reiteración que divierte a un niño, invitándolo a creer que comanda a otros, que puede crear formas que son reales en su fantasmagoría, por ser capaces de enunciar su repetitiva existencia.

El esfuerzo por corporizar tal existencia, se torna impotente al variar la posición, al pretender encontrar al etéreo ser que responde, que habla, que repite. Un metro a la izquierda y no hay más eco. Un mueble más y desaparece tal poder. Futilidad es la etiqueta con que se sella el saco en que se empacan estos juegos.

Ese ritmo imparable del silencio reitera cómo, donde hay eco hay una soledad naciente o una vacuidad extendida. El retumbar de una voz que no esta allí solamente reafirma el incompleto poder para perpetuar la existencia de la nada.

Medianoche

Media noche en la oscuridad. Silencio, excepto por las risas de los vecinos que en el departamento del otro lado mantienen una intermitente fiesta, con el volumen bajo…

La vieja música de REM (¿vieja? Me niego a creerlo, pero si) se ha vuelto parte del ambiente y me remite a creer en un silencio que realmente no lo es…

¿Por qué tomarse la molestia de hacer una fiesta si el volumen estará bajo? ¿Por qué creer en el silencio cuando este no esta? Probablemente el deseo de compaginar lo cotidiano con el «mundo perfecto individual» llevan en última instancia a esta reivindicación de la paradoja, de la contradicción.

La fiesta se anima y las risas son más frecuentes, el volumen sube de a poco. Ahora, en mi radio, canta Freddy Mercury con David Bowie, y reiteran «under pressure», como un reclamo airado (y aún más antiguo) a un mundo que pretende constreñir esa natural pretensión de libertad, transformandola en una suerte de «perfecta convivencia» de formas complacientes, construidas «a imagen y semejanza» de aquel que es aceptado/aceptable.

¿Quejas adolescentes inspiradas en la música de esa época? Si, pero, ¿cuándo esta más claro el futuro que en ese momento en que se lo cree distante y por lo tanto cercano?

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Modo Zen

Esta inició como una molesta entrada contra varias cosas que me estorbaban: lo que sentía como una celebración falsa de patriotismo, en lo que presumía era una fecha pobremente escogida, la intolerancia política, la poca creatividad, la torpeza…etc. Todas las cosas de las que a diario nos quejamos con todo el mundo.

ImagenPero finalmente no lo pude escribir. Un bloqueo mental y el no saber como quejarme con originalidad sobre aquello de lo que tanta gente antes de mi se ha quejado, me remitió a un par de horas de aburrimiento televisivo.

Pero nada se pierde, incluso lo que parecería destinado a quedarse allí por un momento, a ser efímero y perderse inevitablemente como la voluta de humo desprendida de una varilla de incienso.

La clave está en pensar la vida como si esta fuera un río cuyas aguas deben fluir. Esta es una imagen que se planteaba en algún texto budista, y por lo tanto no profundizaré en ella para evadir el plagio, pero también para encontrar mi propio camino. La clave está en pensar la vida, decía, como si esta fuera una serie de televisión, como una comedia, quizás, puntualmente como Friends.

Mi tardía adolescencia y en mis tempranos 20s esta fue la serie que conformaba el telón de fondo de conversaciones con amigos, bromas e incluso algún temporal amor platónico. Luego me convertí en una especie de «especialista» y probablemente he visto la serie completa tres veces de corrido, más todas las veces que aparece nuevamente en TV,  en la enésima repetición de los capítulos que se dejaron de filmar en 2004.

El hecho es que tras mi frustrado intento de una entrada en este blog, pasé por varios programas de tv y no vi ningún episodio de esta serie, pero justamente la sensación de incomodidad que venía rondando mi día terminó por asentarse en el recuerdo de un episodio de esta serie, y luego en la gran foto de como fue su desarrollo. No pretendo asignarle cualidades filosóficas ni encontrar en ella más de lo que tiene, pero, dicen que en ciertas circunstancias, cuando el observador está en la sintonía correcta y atento a los signos, puede encontrar pistas más o menos claras sobre la vida.

No voy a dar más vueltas. Este episodio, temporada 9, episodio 11 (la calidad del video es pésima, pero , como  imaginarán que a la gente de propiedad intelectual no le gusta que esto de vueltas gratuitamente) resume la manera como en determinado momento uno se ve impelido a tomar un giro hacia lo desconocido. Al llegar a un punto muerto en su carrera (si esto fuera un concurso, daría un premio a quien sepa cual era su trabajo), Chandler opta por dedicarse a la publicidad… a pesar de su visible torpeza:

Pants, like shorts, but longer

A veces el salto al vacío es necesario. Steve Jobs denostaba el hecho de que la educación occidental se encargaba sistemáticamente de que la anulemos como herramienta para nuestras decisiones, y quizás tenía razón. Tener toda la imagen del futuro, de lo que se necesita, de como se va a atender cada una de las dificultades del camino, la hiper – planificación, terminan por arruinar lo que de otra manera tiene que ser un viaje lleno de cosas para disfrutar. Así, cerrar los ojos y tomar el camino que uno cree que es el correcto puede volverse la experiencia más enriquecedora que se puede atravesar. Creo que se necesitan tres cosas para retirarse la molestia que provoca el entorno moderno que demanda un minucioso detalle del día a día de la vida:

  1. un punto de llegada, la claridad del destino al que pretendemos llegar, abstrayéndolo de límites temporales y de cualquier otra consideración que constriña esa visión;
  2. la paciencia de enfrentar cada episodio, cada entrega, cada día con sus particulares momentos, considerándolos como los pequeños pasos que se toman en un largo sendero cuya forma se desconoce, pero cuyo punto de llegada se sabe que está allí;
  3. la minuciosidad para disfrutar lo que se nos entrega al tomar cada uno de estos pequeños pasos.

Los budistas dicen que la vida se comprime en el lapso de una respiración. No existe nada más que ese micro segundo sin pasado ni presente, sino con el desprendimiento absoluto de todas las pasiones (el nirvana) que se alcanza cuando nuestra mente adquiere la conciencia y al mismo tiempo se libera de ella, de su efímero ser.

Vuelvo sobre la analogía de la serie de televisión. Todas comienzan y terminan en un momento, pero el televidente no sabe si serán dos o diez temporadas, ni hay mucha certeza sobre cuantos episodios tendrá cada una. Podemos presumir el destino de sus personajes, pero, a menos de que tengamos alguna cercanía con los guionistas, nunca sabremos con certeza como terminará la historia. A pesar de ello, una vez identificados con una serie nos mantendremos expectantes para lo que suceda, pues sabemos que algo ocurrirá, que la historia terminará desentrañándose de alguna manera. Me parece que no es casual que las mejores series sean aquellas que puedan traducir la cotidianidad con mayor exactitud.

Hora de tomar un café… lástima que no haya un Central Perk cerca.